lunes, 1 de marzo de 2010

Entre Columnas

Ruido, mucho ruido.

Martín Quitano Martínez
mquitanom@hotmail.com

El horror de los frutos de la violencia, solo es comparable al horror que provoca la indiferencia, la falta de asombro e indignación.
A fuerza de repetirse y multiplicarse, de avasallar todos los ámbitos de la vida, de convertirse en un lugar común, cotidiano, el consciente colectivo va asumiendo la violencia como parte de su realidad; nada parece ya sorprendernos.
Fuera del momento de la nota sobre eventos que laceran la condición elemental de humanidad, nada más parece ocurrir; los muertos que acompañan a los últimos años, pasan muy pronto a ser la estadística de escalofriantes formas de matar, y salvajes procedimientos de los delincuentes para mostrar su poder y aterrorizar y paralizar a la sociedad y a las instituciones. Estadísticas crecientes de los muertos por la furia de la naturaleza, por la de los fundamentalismos, por la que prodiga el poder económico de los imperios.
En el caleidoscopio de la muerte y la sangre que se derrama, el futuro se avizora negro entre la sinrazón de una sociedad corrompida por años de impunidad y expoliación, en el caos mortal de un medioambiente agredido, que ha empezado a cobrar las facturas del daño inflingido por la ambición y la estupidez humana.
Nada positivo parece atisbarse en la penumbra social. Ante el vacío institucional y político, ante el precipicio sin asideros, el desánimo, el desapego y el acentuado individualismo se convierten en un mecanismo de respuesta y de defensa, lo que abre las puertas a la ley selva. Un ambiente difícil sin dudas para el país.
El país envuelto en el ruido, donde nadie parece escuchar los latidos de una sociedad que entre indefensa y desangelada muestra su cara más cruda, de olvidos y abandonos, de miserias. Un ruido que se hará más ensordecedor en las peroratas de las campañas, en los mensajes de los ungidos, en el remolino de los vituperios, de la guerra sucia de los gobernantes que imponen, que cancelan los procesos democráticos, que detienen alternativas, que muestran la cara verdadera de los que se dicen representarnos.
Son Veracruz, Puebla, Durango ó Oaxaca, ejemplos de la visión bananera de sus élites políticas. Los cacicazgos, los mesianismos, los populismos, en fin los ejemplos políticos más rudimentarios y ofensivos, muestras palpables del gatopardismo del sistema político mexicano que, enredado en sus alianzas, confirma su descrédito y la desconfianza social.
2010 como el año de las prácticas que presagian un 2012 previsible en su deterioro, en su desastre. 2010 como año de la abdicación social, ante la partidocracia que se ufana de la debilidad ciudadana, partidocracia que tristemente involuciona, que ofende, que presenta lo peor de sus prácticas como bondades de un sistema democrático inexistente, partidocracia que demuestra su falta de ética y su cinismo.
Las salidas ante los problemas existentes podrán plantearse en medio del ruidoso presente, del terrorismo de estado y de los poderes fácticos, solo si el hartazgo ante lo existente se convierte en acción colectiva de reivindicaciones, si la conciencia individual se replantea las condiciones para asumir su compromiso público, su compromiso social. Asumir el grado básico de una sociedad democrática, el de ciudadanía, con hombres y mujeres que exigen un nuevo orden de convivencia.
Demasiado ruido distorsiona la capacidad de entender y escuchar en un país ofuscado entre los lamentos y el sonido de las armas; ruidos que saturan, que descomponen y que tal vez obliguen a exigir que cesen, abriendo una nueva era.
De la Bitácora de la Tía Queta
¡Ay Veracruz!, tan sumergido en el mar del culto abyecto a la fidelidad, donde todo se trastoca; con rémoras disfrazadas de delfines que se creen tiburones.

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