miércoles, 13 de enero de 2010

Entre Columnas

Con Dios o con el Diablo

Martín Quitano Martínez

mquitanom@hotmail.com



¿Donde se encuentra el debate público de los actores políticos, en el que se discutan las urgentes y distintas propuestas para superar los graves problemas nacionales? ¿En cual de los tres poderes se ventila una estrategia de largo plazo para la recomposición social?, las respuestas a estas y a otras preguntas que tienen que ver con los destinos de la sociedad mexicana quedan relegadas a los lugares comunes de los discursos vacíos, las campañas sucias y las descalificaciones mutuas.


Diez estados cambiarán representantes en este año y con ello se anuncian campañas marcadas por la confrontación y el vituperio. No se discuten propuestas de gobierno, políticas públicas de desarrollo regional o local, y mucho menos se discuten los requerimientos y necesidades sociales; solo hay lugar para la diatriba y el conflicto de intereses de sus grupos facciosos.


La mayoría de los políticos de todas las instancias, regiones y colores, se apresuran a privilegiar la confrontación, el engaño y la corrupción como mecanismos de aceptación e imposición de sus grupos e intereses. Sus “representados” son utilizados como destino de la demagogia, las incumplidas promesas de siempre que se vuelven burla soterrada.


Vivimos anécdotas cotidianas de políticos banales que se molestan por las críticas, que insisten en no escuchar, que buscan imponer, que creen en el juego democrático tan solo en el marco de su absoluta soberbia y autoritarismo, donde hablar de los problemas de nuestro país, de nuestro estado, de nuestro municipio, les parece antipatriótico, peligroso o simplemente infidelidad.


Otros actores públicos entran a enrarecer aún más el de por si polarizado espacio social de nuestro país. La iglesia católica por ejemplo, sale una vez más de sus templos para proferir amenazas públicas, imponer visiones sesgadas de su moral al conjunto laico de las leyes; su virulenta interpretación de lo que es bueno o malo implica tan solo la visión bicolor de lo negro o lo blanco, o estás con dios o con el diablo. La intolerancia como santo y seña, el retorno de la santa inquisición y con ello la quema de los blasfemos.


Padecemos la creciente aparición de ideas fundamentalista de suma cero, sean religiosas o políticas, de enemigos más que de adversarios, de conmigo o contra mí, de ocultar la verdad, de sombras, de neblinas que obnubilan y frenan la posibilidad de acuerdos que brinden alternativas. Llamadas presidenciales que suenan a berrinches, pactos estatales huecos que no representan más que al convocante y sus aspiraciones electoreras, que tan solo son palabras de cara a los procesos electorales por venir.


En el marco de la larga y penosa transición mexicana, nos situamos entre el infantilismo hecho gobierno y la adolescencia belicosa de políticos viejos y jóvenes, que con sus actos reconstruyen el escenario para el retorno de los brujos. Es urgente alcanzar la madurez democrática, antes de dar al traste con el sueño de una transición que no encontró el rumbo de su consolidación.


De la Bitácora de la Tía Queta

Cuatro meses de “gestión” para un informe, un escenario y muchos, muchos recursos, para “legitimar” la imposición

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